“¿Qué sentido podía tener escribir para un público que no conocía?”, inquiría nuestra gran Griselda Gambaro cuando le preguntaban por qué no había escrito teatro durante su exilio europeo. ¿No se funda el teatro justamente en esa comunión con la sociedad que le dio origen? ¿No es acaso esa condición ceremonial y comunitaria la que le ha permitido sobrevivir a todos los sucedáneos tecnológicos ensayados a través de los siglos? Y aquí estamos. Contra todas las adversidades. Contra las pestes y las guerras, celebrando nuestro rito milenario. Reuniéndonos en nuestro espacio sagrado para seguir escrutando los misterios de nuestra condición humana. Y estamos aquí, sí, en Latinoamérica. En nuestra lengua y en nuestra tierra común. En las muchas semejanzas y las tantas diversidades de nuestro sur global. En un contexto en el que lejos de promover el encuentro se nos empuja cada vez más al aislamiento mientras el poder digital coloniza nuestra subjetividad colectiva. En el que regímenes cada vez más autoritarios propician en nombre de la “libertad” el cercenamiento de todo lazo social en aras de un individualismo violento y feroz. Y en el que el teatro, como tantas otras formas de la cultura de nuestros pueblos, es considerado superfluo, cuando no sospechoso, y abandonado por un Estado que pretende reducirse a su mínima expresión salvo para imponer con todo el despliegue de sus fuerzas su implacable ley de “libre” mercado. En medio de este paisaje sombrío, una institución dedicada al fomento de las artes escénicas en toda América Latina, conocida por la sigla CELCIT (Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral), nos propone una celebración. Infatigable y tenaz, el Celcit festeja sus primeros cincuenta años de existencia. Redoblando su propuesta de talleres, intercambios, publicaciones. Creando diálogos necesarios entre teatristas de todo el continente. Multiplicando la lectura y puesta en escena de textos que cruzan todas las latitudes al sur del Río Bravo. Formando nuevas generaciones en las más variadas expresiones de las artes escénicas, que seguirán sin duda manteniendo vivo y renovando el fuego sagrado de nuestro oficio. Quiero acompañar esta celebración con todo mi agradecimiento al Celcit. A su Dramática Latinoamericana debo la publicación de casi toda mi obra, la cual, ante el creciente desinterés de las grandes editoriales por el teatro y el cada vez más agónico apoyo estatal, de otro modo habría permanecido inédita. Agradezco asimismo a su director, Carlos Ianni, quien, junto a Teresita Galimany, me ha permitido estrenar dos proyectos entrañables: La complicidad de la inocencia, en co-autoría con la querida y recordada Adriana Genta, y, más recientemente, Transoceánicas, un homenaje al maestro José Sanchis Sinisterra y a Griselda Gambaro, de quien empecé hablando en esta nota. ¡Felices cincuenta años! Y por muchos años más del Celcit, siempre junto al teatro latinoamericano.
Patricia Zangaro